martes, 1 de julio de 2014

ADMIRACIÓN



Aún después de volver a casa, aquella imagen permanecía en su cabeza: ella, a su lado, envuelta por la luz opaca que apenas lograba perpetrar por la ventana de la habitación y rodeada por un halo de aquel humo tóxico tan agradable para muchos. En aquel momento, no pudiendo evitarlo, exclamó: “Déjame tomarte una foto”. Lo quería, lo deseaba. Necesitaba guardar esa imagen para siempre; temía que, en la fragilidad de su mente, aquella visión se perdiera tan igual a otros tantos recuerdos ya idos. “No”, fue la respuesta de ella. Ahora, reflexionando en la soledad de su cuarto, se dijo que aquello era lo mejor. Una fotografía jamás podría capturar en todo su esplendor aquella manifestación. Serían simples formas y colores; pero jamás podría oler nuevamente aquel perfume ceniciento que emanaba tanto de los labios de ella como del delicado ser filiforme que yacía entre sus dedos. Siempre había admirado en ella que, a pesar de su heterodoxa femineidad, a pesar de esa tronante risa que ingresaba en los oídos como una suerte de relámpago, a pesar de eso, en todo momento, habitara en ella esa elegancia que muy pocas mujeres detentan. Ella poseía un porte patricio, una presencia argentina de aires imperiales. Ella sabía mantener en todo momento un aspecto de reina; aun cuando en su andar arrastrara los pies. Pero en aquel instante, inevitablemente, en un motu proprio, él sintió ganas de que jamás terminara aquella visión. Hubiera sido capaz de contemplarla sin cansarse: el cigarrillo entre los dedos, el humo que la rodeaba y la coronaba como si fuese una entelequia, una quimera, un ser celestial que está de paso por este mundo para hacer alarde de su magnanimidad. Sí, aquella imagen sería imborrable, ella permanecería en su memoria como los sempiternos dioses romanos. En su memoria aún flotan esas palabras que quiso decir frente a ella, pero por temor, vergüenza u orgullo, o por las tres cosas juntas, se abstuvo de pronunciar: “En estos momentos, eres hermosa, mucho más de lo que te puedas imaginar. Eres la fusión de la reina Elizabeth con Cleopatra, la reina de Saba, la Gioconda, la Maja Vestida y la Maja Desnuda. Eres todas ellas y, sin embargo eres tan original que todas ellas pierden su luz junto a ti”. En aquel momento quiso hacerlo; pero ahora, recostado sobre su cama, piensa que el quedarse callado fue lo mejor. Quizás ella lo hubiera tomado a mal, incluso como una declaración de amor. Pero no era nada de eso, era simplemente: admiración.

Noel

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