¿Una
carta es respuesta para un amor? Ella así había decidido compensar su
indiscreción. Leyó las notas de aquel celular, propiedad de un amigo, al
parecer un tanto poeta. Ella estaba entonces con los sentimientos a flor de
piel, alguien había conseguido enamorarla con sus maneras poco convencionales y
propias de un ser innovador en esta cuestión de sentimientos y cortejo. La
mañana en que llegó se topó con su tardanza, después de un pésimo, empezaba un
nuevo ciclo, se podría decir con la gracia divina de por medio. Buscó el lugar más
cercano a sus amigos, entre ellos, él. La historia que relataré tiene lugar en
un aula, son cuatro los que protagonizan un contubernio de risas y frases
propias de la juventud, pero hablaré principalmente de dos. ¿Amor, amistad? Cuando
se juntan se forma un dilema triste, y es que en asuntos del amor siempre sale
herida una de las dos partes, es casi ley, no, es ley. Para ella no era secreto
lo que él sentía, por lo menos lo había percibido, no decidió alejarse, pues su
ego no crecía a base de los sentimientos que pudiera ganar o atraer sin
quererlo. Solía aparecer siempre con la sonrisa de quien se siente bien y sabe
disfrutar de la alegría, no llevaba marcas suntuosas en la ropa, ni siquiera se
esmeraba en vanidades propias de las mujeres, era natural, solo quería gozar
los momentos como si fueran los últimos, mientras, aprendía una nueva lengua.
Él la conocía muy bien. Notaba
cada detalle siempre, la observaba, la quería. Cuando tomó el celular sin
autorización y vio cada línea escrita de bella forma y dirigida a ella, se
sorprendió. Pensaba que para él este pequeño momento de pasmo no sería sorpresa
pues, recordemos, todo lo observaba. Así fue, la miró de reojo, pensando en
ello quizás, ella solamente atinó a devolver el aparato a su sitio, sin
mirarlo. Sentada en la carpeta empezó a escribir la respuesta para aquel amigo
que tenía en las manos, ahora, la decisión de seguir siéndolo. La profesora de
idiomas, minutos antes, como para entrar en confianza empezó a preguntar sobre
las situaciones sentimentales de cada uno, vaya, el turno era de ella. Esta
pregunta inocente, fue la cereza del pastel, respondió, todos lo sabían pero
había alguien que lo entendía y lo entendía con dolor. Ya no estaba sola.
Repito, la decisión caía en él, por más triste que fuera. En la carta expresaba
su culpa por haberse enamorado ¿Pero quién tiene la culpa de enamorarse?, era
sin duda de agradecimiento o despedida. Agradecía cada gesto, cada
momento, cada consejo, quizás él no quería leer eso, no quería saberlo, pero
estaba decidida, a su manera, a no destruir el mundo de aquel ser lleno de
sentimientos puros y metas trazadas. Se había portado tan bien desde el día en
que la conoció, ¿era justo?, como todo en la vida, es materia del azar, y la
suerte dicta esas respuestas sin consultar corazones. Tenían unos ojos
preciosos, se podía ver que juntos formaban un arcoíris de luz tan hermoso como
su amistad. Tal vez no era que le estuviese mandando a la llamada friendzone,
solamente que sus gustos no eran los de una princesa salida de un cuento, esos
son fantasía, ¿lo entienden, verdad? Sí, él escribía poemas, le gustaban las
baladas, era el último romántico ¿y quién no quiere un novio así?, al parecer,
ella. No podía ser discreta, le pesaba, seguro pensaba en dárselo o no. Vi su
mirada al recibirlo, vi como tiraba aquel papel al tacho de basura, estoy
segura que en él había envuelto su corazón. Perdonen la falta de tacto, pero no
resisto a contarles, he de reproducirles esa sentencia: “...No puedo pedirte
perdón porque no me considero culpable de que me quieras y de quererte de esa
misma manera en que quiero a muchos, y francamente no me di cuenta de lo que
sentías por mí y lo que cause en ti...no quiero despedirme, simplemente quiero
separar una bonita amistad de un malentendido amoroso, yo te quiero y eres mi
amigo hasta que el destino decida separarnos, no puedo obligarte a que todo sea
igual, a que me trates como siempre, hoy lo he sabido todo desde tu forma de
expresarte, aunque te confieso que quiero equivocarme, pero dolorosamente sé
que no es así. Querido amigo, dejo la decisión en tus manos. Ya sabes que no
estoy sola. Me imagino como te sentiste cuando te contaba de mis intentos de
felicidad con otros, obviamente no contigo. Hoy alguien ocupa un espacio en mi
corazón, uno que está reservado para quien sepa ganarse mi amor. Pero, sabes,
en ese mismo pecho existe y siempre existirá un lugar para los amigos como tú,
no lo dudes”.
Se marcharon en grupo, no
observé más. Él se iría con ese sin sabor, con ese resquebrajamiento
inimaginable, repitiéndose quizá la letra de esa maldita canción “amigos para
qué, maldita sea”. Cayó en el abismo de quienes tienen un amor imposible, cayó
ante un amor más grande, el de la amistad.
CarDi y Bohemio
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