¡Maricón, maricón!. Se oía en aquel callejón oscuro, lleno de aire malévolo, y que era ya, tal vez, el único testigo de la violencia más violenta, de los improperios más impropios y de los golpes más crueles. Tomás, no entendía y nunca entendió lo que justificaba que le destrozaran el hígado, la cara, las piernas, el corazón y hasta el alma a patadas, jamás pudo concebir en su mente que un grupo de cinco hombres, que se sentían más viriles en grupo que solos, hubieran tenido la labor de seguirlo durante cinco viernes al bar de Giorgio.
Tomás, desde niño sentía una especie de disconformidad con el mundo. Veía jugar a sus amigos violentamente, como en las películas, o hacer de cracks de talla mundial en el fútbol, revolcarse muchas veces en grescas de verdad, o a su vez en grescas de televisión, siempre aludiendo ser el hombre macho que debían de ser. Tomás llevaba latente esa animadversión hacia lo idóneo como hobby aceptable para un niño de su edad, así también en las penumbras de su alma ocultaba el querer ser una más de las princesas cuando sus compañeritas jugaban en el recreo, junto a su sed de tomar el té con delicadeza y fingiendo una adorable tertulia, con mesita rosa, tazas blancas y, por supuesto, té imaginario -finalmente conseguiría entonar en esa inocente costumbre todos los días a las 9 y 30 de la mañana- sintiéndose una más de las niñas. Sus compañeros varones no tardaron en darse cuenta de lo inusual, y fue entonces que inconscientemente decidieron darle un regalo: lo llamaron Tomy, lo que era para el niño delicado, un anhelo reprimido desde que escuchó esa manera de ser nombrado. No distinguía lo que estaba bien, o estaba mal, solamente existía, sin saber que el no saberlo en este mundo despiadado, lo llevaría años después, infelizmente, a la vuelta del bar de su gran amigo, a aquel callejón oscuro, que tal vez, ya sea el único testigo.
Crecía, y se notaban sus remilgos a la hora de hablar, andar, bailar, correr y amar. Estaba más confundido que nunca, sus compañeras del te ahora ya no jugaban y se dedicaban a hablar de chicos guapos y fiestas tan desenfrenadas como imposibles; pero ¿será cosa del destino?, Tomy, también quería formar parte de esas charlas y esas parrandas de desafuero e imaginación, el quería contarles que le gustaba Sandro, tanto, que le había escrito una carta, y tanto que le dedicaba cada punto cuando jugaba vóley. Se escondía a veces en el baño del colegio a llorar por no saber qué hacer con el, con su vida, con su amor, sufría por no ver en una mujer lo que veía en Sandro, y se cuestionaba siempre: ¿por qué?. Tomy, tenía diecisiete años, estaba a punto de terminar los cinco semestres obligatorios, había notado como todos estaban enterados de su secreto sin que el hubiera tenido el valor para aceptarlo -porque valor es lo que se quiere para hacerlo-. Sus compañeras le habían hecho el gran amigo guardián de tesoros irrevelables, como sus amores, borracheras o envidias; consejero y consuelo emocional, para esas situaciones de dolor adolescente; y su adorado Tomy, el mejor chico del mundo. Por otra parte, sus compañeros le fastidiaban cada vez que podían, y así como le regalaron el nombre, le regalaron tristeza cuando empezaron a golpearlo, al principio no tanto, pero luego si, y con frecuencia; además de encerrarlo en el baño y rasgarle el pantalón, tres veces a la semana, mientras le gritaban: ¡maricón, maricón!.
Nunca conversó con sus padres sobre ésto, su padre era policía y su madre profesora de religión. Estaba seguro de que ellos creían eso de antinatural y condenatorio al infierno en querer como el quería, por eso no hablaba mucho en su casa, solo lo hacía para mentirles cada vez que le rompían el uniforme o le pegaban hasta dejarlo morado. Llegó la fiesta de promoción, el fue, pero no bailó, pese a que sus amigas de tertulia de hace años a las 9 y 30 de la mañana, le invitaban a la danza febril de la parranda más inolvidable; se hallaba desolado al ver a Sandro con su novia desde el tiempo de vals hasta la hora loca; entró vestido de júbilo porque se había decidido a confesar su sincero amor, y salió harapiento y con el lastre de las ganas de morir. Tomy, pensaba mucho en eso, la muerte, y se decía: ¿quién me extrañaría?, ¿quién me lloraría?, por dios, ¡¿quien lo notaría?!, obteniendo respuestas una más dura que la otra.
Tomy, no podía ser feliz.
Febrero del 2004, Tomy logra alcanzar una vacante en la U.N.S.M, en la especialización de Administración de empresas, doña Julia y don David están orgullosos-con ellos si supo disimular-el férreo policía lo abraza duramente y le grita: ¡este es mi hijo carajo, no quiso ser policía pero ganará más plata!, y su madre le hace una cruz en la frente mientras repite: dios nos ha bendecido con un hijo sano e inteligente, solo nos faltan muchos nietos y una buena nuera, ¡gracias dios bendito!; pero Tomy, se siente mal, lejos de haber elegido bien y por su vocación, cree que se repetirá el colegio, cree que tarde o temprano sus padres morirán con su inármonica revelación: soy gay; y cree que no hallará ninguna forma de amor pues su amor no existe para nadie, es asqueroso y despreciable, es perverso; aún cuando el desea amar como todos los demás. Pero sus ojos de sal, dejaron de llorar por dentro, cuando se apareció por la veleidosidad del destino: Adán; fornido, guapo, caballero, inteligente y el galán del aula a la hora de conversar con las compañeras -que era lo inevitable dado el afán de las mujeres por elegir su mejor amigo en "una persona como Tomy", un gay-todas le adoraban sus maneras delicadas, su honestidad, todas se derretían por su mirada, por sus labios, por tenerlo cerca siquiera; Tomy, con la herida del primer amor trágico y no correspondido, no pudo evitar quererlo como sus incondicionales amigas. Adán era distinto, el a diferencia de los demás varones, no lo miraba como raro, se podría decir que no juzgaba torpemente su ser por lo exterior y por la construcción estúpida hecha para los gays; poco a poco nacía entre ellos una gran amistad, iban y venían juntos, conversaban de cine, literatura, arte, de la luna, del sol, del aire, de un perro, en fin, nunca faltaban las palabras, simplemente, siendo un paso más, parecía el inicio de una historia de amor heterosexual.
Eres especial- le dijo Adán-quiero que sepas que tu secreto no solo está a salvo conmigo, sino que es mío también, soy un vil homosexual como tu, y me encantas, quiero que seas mi enamorado.
Ese ocaso, mirándolos desde el horizonte del mar, sintió la ternura de un amor tan grande como los demás, simplemente no vio a dos varones sino a dos corazones amándose.
No lo puedo creer-respondió Tomy-Adán, ¿estás seguro?, sabes que algo así en nuestros días tendría que ser un secreto, yo te quise desde que te vi...no puedo más...te quiero...no me importa el mundo.
El beso que siguió, no solo fue el primero de los dos, sino que fue el inicio de un sueño, la fecha también quedaría registrada en sus mentes, 9 de mayo después de dos años de conocerse, un viernes.
En el 2009, Tomy y Adán, lograron graduarse obteniendo los primeros lugares en el rendimiento académico, mientras que el secreto de esa tarde, no había soportado el cariño que se sentían y poco tiempo después, los dos estaban amándose delante de todos, sus compañeros, contrario a lo esperado, terminaron por aceptar su querer, el orbe triste sonreía y ellos eran felices. Hubo después de la ceremonia de clausura, una reunión en la calle San Martín 579, en el bar de un conocido gay argentino: Giorgio. El par no tardó en entablar una amistad sincera de esas que tienen las parejas "normales" con algún dueño de bar en cualquier parte del mundo; desde ese día con frecuencia iban a tomarse unas copas acompañadas por la hospitalidad del dueño y una buena charla, generalmente los viernes por la noche, pues el trabajo era pesado. Mas ahora, mientras es golpeado, Tomy se arrepiente de haber ido a esa reunión, de haber conocido a Giorgio, hubiese preferido seguir solo, más que continuar con ese dolor, no de su cuerpo, sino de su alma; sí, se arrepentía de mucho, ahora, que quizá ese callejón oscuro era el único testigo de su pena y de los gritos macabros de sus verdugos: ¡maricón, maricón!.
A los tres años y siete meses de la relación, Tomy hizo la confidencia más grande y más guardada de su vida; todo le iba bien, tenía trabajo, vivía con Adán, conoció muy buenas amistades y por fin se sentía conforme con su realidad; era el momento de sacarse la herida y herir de alguna manera a don David y doña Julia, un café fue el contexto fúnebre de tal situación, desde ese día no ha vuelto a hablar con sus padres, sus insultos sellaron la distancia, siempre se sintió mal por eso, lloró nuevamente pero con el pasar de los meses terminó por acostumbrarse a su desprecio.
Una noche Tomy no soportó: Ser gay es lo peor - le dijo a Adán- no digas eso -respondió mientra lo abrazaba-somos felices o no?,
-Sí, tienes razón, pero ni siquiera podemos tener hijos, y si adoptaríamos le pondríamos la carga de que sea como nosotros, una aberración ante el mundo, me duele, amor, pero es así.
-Si crees eso estás mal, ¿tu por qué eres gay teniendo padre policía y madre religiosa?, deberías de ser un varoncito formado hecho y derecho, esto te lo digo porque dos gays pueden criar sin que sea necesario afectar al niño en su preferencia, si tu papá y tu mamá siendo duros no pudieron formarte como varón es que naciste gay y punto, eso pasa a todos-sollosa-amor, yo quisiera adoptar un día; pero no pensemos en eso aún, vivamos, mi vida, te amo.
Los años pasaron, cada uno más bonito que el otro, hubieron viajes, reconciliaciones, peleas-como en toda pareja-, resumiendo todo, hubo muchísimo amor. Mas, este año es especial, por fin han decidido dar el gran paso, se casarán una semana después de su aniversario en España, porque es en España donde quieren vivir, lejos de la sociedad que les hizo añicos el corazón. Sí, en Europa será, ya está decidido. Tomy no puede ser más feliz, tiene tantas ganas de vivir, al igual que Adán, y ya se imaginan viejitos, queriéndose todavía; bromean con eso de que terminaran por poner un bar como el de su gran amigo, que ya está pasadito de moda. Los sueños tarde o temprano se hacen realidad, seguramente eso pensaron los dos amantes del pecado.
Tomy ya se encuentra camino al bar de Giorgio, es un día muy especial, lleva rosas rojas, de pronto algo irrumpe en su pecho al tiempo que recuerda a ese grupo de hombres raros que ha llegado hace cuantos...¿cuatro o cinco viernes?, a tomarse una copas mientras lo observaban bruscamente, con cierto odio. Llega, la tertulia de siempre tiene un tinte de celebración, es el día más feliz en su vida. El evento termina a las cuatro y media de la mañana, los hombres raros estuvieron ahí, pero ya se fueron, Giorgio lo despide, inexplicablemente le desea muchos años más, Tomy agradece por todo y le hace un arrivederci. Camina junto a alguien cuando de pronto al voltear la esquina, ahí, con los ojos encendidos y los puños firmes y malvados, los hombres raros van a su encuentro, Tomy intenta correr, pero su compañero tropieza y el va a rescatarlo, recibe un golpe en el rostro que le hace caer al suelo mojado y negro, recibe de todo, patadas, puñetes, palabras y ese grito horrendo: ¡maricón, maricón!; pero nada de eso le duele, mas bien no se lo explica, ¿por qué?, ¿por qué hoy 9 de mayo de 2014, cuando cumple 8 años con su amor?, ¿por qué no se dio cuenta la primera vez que los vio?, siente un hilo de sangre brotando de su boca, mientras mira horrorizado lo mismo que a está hora contempla el funesto partícipe de concreto como exclusivo refrendatario, pues Adán ya no se mueve, los golpes le han cegado los gestos, luce yerto sin luz, sin duda no respira.
Pasaron cinco minutos más de solitaria tortura.
A esta hora, aquel callejón oscuro, lleno de aire malévolo, es ya, el único testigo del crimen, Tomy y Adán, ya no existen.
El Bohemio
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