Yo no creía en lo sobrenatural, hasta que conocí a mi ángel guardián. Sí, así llamaré al personaje principal de la historia que ustedes leerán, cuyo título van a corroborar. Él era un niño de diez años, su s
onrisa estaba llena de luz e irradiaba las ganas de vivir que en el corazón guardaba, sus ojos teñidos de esperanza aún resaltaban de entre esas ojeras púrpuras que los rodeaban. Éramos siete pequeños en el mismo cuarto de un hospital, sufriendo lo que injustamente Dios nos puso en el camino, para algunos era la primera vez empezando una incesable lucha contra los bisturís, jeringas, y los temidos monstruos de batas blancas. Mencioné para algunos, porque para mí sería la segunda vez y para él una espantosa tercera oportunidad. Yo tenía ocho años y no veía más allá de mi inocencia de niña, mamá, papá y mi hermana mayor me dieron todas las fuerzas que en sus manos estaba brindarme. Mi intervención quirúrgica estaba programada, me quedaban veinticuatro horas antes de entrar al túnel del cual no sabía si saldría nuevamente; coincidentemente su operación sería una hora después. Llevábamos compartiendo ese cuarto apenas dos meses y parecíamos tan viejos amigos que llegamos a descubrir el verdadero significado de la amistad, no importaban los incontables pinchazos para distintos análisis que debían hacernos, ni las cantidades de moretones productos de la degeneración de nuestra salud que se iban mostrando, todo se resumía a un par de sonrisas de niños traviesos que alegraban los días a sus angustiadas familias. Debo admitir que yo sólo me limitaba a corresponder a sus risas y no mucho pues mi fatiga era como un caminante en el desierto por días sin nada de beber, totalmente opuesto a la capacidad que tenía él para trasladarse de un lado a otro, o de querer arrancar una mirada de esperanza en cada uno al que veía caerse. Recuerdo bien la semana santa de ese año; Ángel, cual discípulo de Jesús hizo que se le lavaran los pies; ahora no sé cómo llamar a ese suceso, coincidencia o destino. Hasta el último minuto estuvo brindándome palabras de aliento, creándome el sueño de conocer su natal Arequipa, era una eterna amistad de eso los dos estábamos seguros. Al día siguiente cuatro en punto de la tarde, me alejaron lentamente de la habitación, aún recuerdo su rostro sonriente en la puerta, levantándome la mano y pronunciando un “todo estará bien”. Dejé hacer su trabajo a los señores de bata blanca, mi cerebro y corazón habían sido convencidos por aquel muchachito de que todo saldría bien, terminaría de recuperarme y saldríamos huyendo juntos de aquella jaula. No recuerdo más hasta que desperté casi a media noche, estaba viva y llena de ganas de vivir, sabía que había sido un éxito, los monstruos terminaron de ayudarme y me salvaron; mamá dormía junto a mí, ella estaba cansada de esto, tanto o más que yo y por eso no hocé interrumpir su sueño. Soñé despierta por unos minutos hasta que sin darme cuenta me inundé nuevamente en el descanso que necesitaba. A la mañana siguiente había mucho movimiento en el cuarto, era costumbre ya, que luego de cada operación el grupo de siete pequeños circulábamos unas hojas de colores preguntando y deseando lo mejor luego de la operación, sorpresivamente recibí sólo cinco papeles; fui engañada fácilmente por todos los adultos a quienes preguntaba por él, pero como dicen las frases urbanas “los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”, lo de los borrachos no lo sé pero lo de los niños si lo comprobé, esa tarde José se acercó hacia mi cama, me preguntó cómo estaba y respondí, rápidamente atiné a preguntar por Ángel. -¿Qué no lo sabes?, Ángel ya se fue. ¿Se fue sin despedirse?, o tal vez demoré mucho en despertar y él no pudo esperar. ¿Se fue a su tierra?- Pregunté. ¡No!, fue arriba al cielo; José no imaginó el gran dolor que causaron en mí esas palabras. Quizás biológicamente también estamos preparados para llorar sin querer, las lágrimas brotaron de mis ojos como cuando tiras piedras a un arroyo. ¿Por qué se fue el ser que más creía en Dios?, acaso creer tanto en ese señor era un pecado; nunca pude responderme esa interrogante. La comida no sabía igual, el lugar perdió su color para cuando me fui de ahí, me inyectaron contra mi voluntad y me recetaron cualquier cantidad de medicina. Desde que salí de ahí tengo tal mal sabor al pisar los hospitales. La vida es tan contradictoria, se llevó al cielo a alguien que quería vivir, mientras deja en la tierra personas que no le dan el valor que merece la vida. El cielo me quitó un amigo, pero agradezco me haya regalado un ÁNGEL GUARDIÁN.
Twone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario