martes, 18 de marzo de 2014

CRÓNICA DE UNA BORRACHERA CRIMINAL.

La suciedad del piso reflejaba un tumulto de pasos sin sutileza, había algo de cinco huellas distintas, calcadas en la especie de "barro" que forman el polvo y la cerveza en el éxtasis del desmadre. Algunas colillas de cigarros estaban sobre mi colchón y habían perforado un poco la protección de mis sabanas-no explico como no hubo incendio- además de hacerme una herida en el pecho que llevaba descubierto a la hora de despertar. Las paredes estaban manchadas de algún inusitado color, posiblemente de algún extraño licor, el ropero que con gran esmero había arreglado para la ocasión no estaba en su lugar, inexplicablemente estaba en el baño, el cual se encuentra a continuación de mi cuarto. Mi laptop, milagrosamente estaba intacta, sin un solo vestigio de maltrato, seguramente que el amor que le tengo por ser mi herramienta de escribir, es también grande cuando me encuentro muy pero muy beodo. Bueno, no alcanzaba a despertar del todo en el momento en que lo hice, no reconocía bien el lugar en donde estaba, luego pues entré un poco de nuevo en el mundo y pude constatar lo que les acabo de contar. Además de no encontrar la pequeña mesita en la que escribo mis poemas a mano y en mi cuadernito viejo-intento de poemario, que estaba también por el amor que le tengo en mi bolsillo- no encontraba a tres de las cuatro huellas aparte de las mías.
El dolor punzante en la cabeza luego de que la maltratas en una borrachera sin restricciones y tan brutal como para no acordarte nada, es, estoy seguro, uno de los dolores más perversos que tenemos que soportar. El hálito fuerte y semejante al bálsamo ruín de una botella de ron al abrirse, ese, que sale de tu cuerpo por todos los orificios de respiración y hasta por los poros, creo yo, es una de las cosas más espantosas con las que nos enfrentamos luego de la parranda. Ni qué decir de la sed, sea cual fuere el licor de turno en la fiesta, casa, parque, calle, bar, karaoke o lugar de reunión, es atroz después, eso sí, de una tranca sin recuerdo. Todos éstos factores hacen posible la promesa, el compromiso y el juramento más falso que podemos hacer con uno mismo en un acto de autocompasión y reflexión luego de sufrirlos: "no vuelvo a tomar"; no recuerdo cuántas veces lo hice y cuántas veces ya lo he desechado al olvido junto con eso de que en la vida se debe ser responsable.
Volviendo a la escena del crimen sufrido por mi memoria, recapitulemos, colillas de cigarro, cinco huellas, mi ropero en el baño, manchas de licor en las paredes, mi mesita perdida, mi laptop intacta; ah y mis tres amigos extraviados.  Todos esos ingredientes decían algo, la bomba fue en mi cuarto y en algún momento estábamos los cinco reunidos ahí. Jorge, la única de las huellas que estaba en mi cuarto despertó, y lo primero que dijo fue: "Ta' mare la cagamos bien feo", luego preguntó dónde estaba su polera, su gorra y si recordaba algo, le dije que no recordaba y que sus prendas seguramente estaban en empeño en alguna cantina. Empecé a limpiar y fui encontrando algunas cosas, había un poema escrito en papel mojado de licor, sí, era mío, alusivo a la amistad y al trago, unas medias quemadas, mías también, y un celular destrozado, mío, por supuesto. Luego junté las botellas de cerveza, ron y vino que hallé y que todas sumaban algo de vinticinco envases. Todo fue tomando su sentido, podría decirse normal, nos dispusimos a llamar por teléfono a los tres locos sin paradero, lo que descubrimos fue algo muy raro, el celular de Jefferson sonaba cerca, afuera para ser más exacto, respondió: ""aló, si, ya voy, estoy, en la playa", salimos a donde es el espacio entre todos los cuartos de los demás inquilinos y lo encontramos echado, con la cara pintada y sin zapatos; en fin faltaban dos.
Dejamos como pudimos, los tres, mi cuarto lo más arreglado que se podía, entonces emprendimos la búsqueda de los dos que no hallábamos , yo iba pensando: "carajo, mi mesita", en cuanto salimos a la puerta percibimos unas miradas que decían : "ahí están", como si hubiéramos pecado de alguna forma grave, y lo peor era que no recordábamos nada.
Caminábamos hacia la equina burlándonos de la situación y de la especie de fogata extinguida en medio de la calle, pues había en ella un polo, una gorra, una polera, unos zapatos, y ésto no podía ser cierto, una mesita muy parecida a la mía. Nos acercamos y vimos que habían también dos pantalones y dos borrachitos sin pantalón sentados contra la pared en la misma esquina.
Encontré mi mesita y a mis amigos, pero aún no recuerdo que pasó.

El Bohemio.

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