miércoles, 19 de marzo de 2014

ESTAVUDINA


    Aquel día llego gris y encapotado, pero ahí estábamos, en la climatizada sala de emergencia, yo y mi mamá, conversando sobre los posibles resultados de los exámenes médicos de mi hermano.
No me interesa lo que los demás piensen de mí; además no tengo amigos; finjo tenerlos. ¿A quién puedo interesarle? No estoy en busca de lastima, se exaspera el jovenzuelo, hablándole a la que quizás era su madre. Si he desaprobado más de cuatro cursos en la universidad; es porque no deseo seguir estudiando; me dan ganas de no hacer nada; se acabó. Solo quiero un poco de cariño. Es muy temprano, es hora del desayuno; la supuesta madre se asegura de que junto al jugo y al pan con chicharrón, estén en sus manos una serie de jarabes y pastillas gigantescas. En un instante la idea de la supuesta madre desaparece.
Mi madre vive para cerciorarse en los productos de belleza; obsesionada con que el tiempo pasa sobre su piel; que la gran factura de los años deja huellas irreversibles. A veces quisiera encerrarla en un ascensor y a ver qué hace sin un tonto espejo. Papá se la pasa hablando de los terrenos de Tingo María, de sus viajes al norte con los gerentes de su empresa. Yo amo la fotografía; la aprendí en uno de esos cursos libres de verano que hay en mi universidad; gracias al profesor Efraín Rivadeneira. Me quedaba con el practicando los diversos planos fotográficos en el malecón Cisneros; y conversando de todo. De por qué andaba siempre mal en el universidad; por qué todavía no tenía enamorada o si mis padres no me querían. Pero siempre evitamos el tema de mi enfermedad. Dos ciclos de gerencia al agua y las ganas de ahogarme en la tina donde mi madre toma sus largos baños de rejuvenecimiento. Mis padres jamás me botarían de la casa, así les diga que no quiero estudiar; que me quiero dedicar a la fotografía. No estarán de acuerdo; por supuesto que no, los conozco muy bien. La semana pasada llame a una de mis pocas amigas; Fernanda. Le dije que quiero vivir con ella; se quedó muda. Me dijo que eso era delicado e imaginable; me trato con evasivas. Le dije que no soy gay pero quiero un poco de afecto. Mis padres pueden pensar mal, me repetía. A mí no me importa, le dije ¿y a ti?. Fernanda es una miedosa. No le gusta la gente que no sale del closet. En general la gente tiene miedo. Vivo rodeado de gente temerosa. Mi profesora de recursos me dijo que no me dejo entender. Tienes una buena palabra, pero no te dejas entender. Ella fue la que, como todos los demás; no quiso entender que mi enfermedad me hace distinto. Me hicieron leer “Gerente Por Primera Vez”, de Topchik; y me pidieron una reseña del libro. Yo escribí lo que sentía. Me siento un miserable porque sé que nadie ha sentido algo tan especial por mí. De la vida no sé nada; solamente ando en casa; encerrado en mi cuarto; fumando, escuchando metal, jugando videojuegos, hasta que me duelen los dedos de las manos, pensando como mi mundo y el de mis padres se cae a pedazos. ¿A quién demonios le importo? Mi mama me hace reír con su ropa, maquillaje, tintes, lentes de contacto; pero sobre todo en la forma como trata a su empleada; siempre manteniendo distancia. No quiero ser como papa porque habla tan mal que me da vergüenza. No entiendo como llego a ser gerente; pues cuando mamá le hace preguntas incomodas tartamudea. Dan ganas de darle un par de puñetes. La empleada de mamá; se llama Myriam, tienes sus diecinueve años, o un poco mayor. Quiere estudiar en una universidad pública; la más vieja de lima; que falta de cultura; es decir la Decana de América. Se ha inscrito en un centro preuniversitario. En varias oportunidades; me he dado cuenta que me mira muy extraño. Es rara. Yo soy el extraño, de repente ya sabe lo de mi enfermedad, o siente un poco de excrementicidad, por como acabaran mis días. A veces creo que me enamoré de Myriam o Fernanda. No es fácil enamorarse; me gusta un poco de cada una. Para mí es toda una tragedia; sé que les jodería a mis padres, saber que estoy enamorado, no me quiero equivocar.
Me gustaría irme a la ciudad luz; a perfeccionar la fotografía, vivir cerca la Torre Eiffel, colgar mis viejas zapatillas en el arco del triunfo; caminar en los Campos Elíseos, perderme en el Louvre, contemplar a la Mona Lisa o la Venus de Milo; lejos de los espejos, las fiestas, del maldito tráfico, de mis padres. Todo da lo mismo porque; aunque no me lo han confirmado; presiento que la Estavudina; empieza a colapsar mis nervios. No olvides que tienes que abrigarte; sabes muy bien que una simple gripe puede llegar a ser una tuberculosis; ahora vámonos; dice la que ineludiblemente no es su madre. Al diablo con las dosis retrovirales. Quiero hacer cosas imposibles; antes de volver a la habitación fría de este maldito hospital. Pero eso nunca pasara. Estando echado en mi cama volverán a caer lágrimas de rabia y esas cuatro letras que me hacen sentir tan triste y moribundo. SIDA.
Shary.


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