Aquel día llego gris y encapotado, pero ahí estábamos, en la climatizada sala de emergencia, yo y mi mamá, conversando sobre los posibles resultados de los exámenes médicos de mi hermano.
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Mi madre vive para cerciorarse en los productos
de belleza; obsesionada con que el tiempo pasa sobre su piel; que la gran
factura de los años deja huellas irreversibles. A veces quisiera encerrarla en
un ascensor y a ver qué hace sin un tonto espejo. Papá se la pasa hablando de los
terrenos de Tingo María, de sus viajes al norte con los gerentes de su empresa.
Yo amo la fotografía; la aprendí en uno de esos cursos libres de verano que hay
en mi universidad; gracias al profesor Efraín Rivadeneira. Me quedaba con el
practicando los diversos planos fotográficos en el malecón Cisneros; y
conversando de todo. De por qué andaba siempre mal en el universidad; por qué
todavía no tenía enamorada o si mis padres no me querían. Pero siempre evitamos
el tema de mi enfermedad. Dos ciclos de gerencia al agua y las ganas de ahogarme
en la tina donde mi madre toma sus largos baños de rejuvenecimiento. Mis padres
jamás me botarían de la casa, así les diga que no quiero estudiar; que me
quiero dedicar a la fotografía. No estarán de acuerdo; por supuesto que no, los
conozco muy bien. La semana pasada llame a una de mis pocas amigas; Fernanda.
Le dije que quiero vivir con ella; se quedó muda. Me dijo que eso era delicado e imaginable;
me trato con evasivas. Le dije que no soy gay pero quiero un poco de afecto.
Mis padres pueden pensar mal, me repetía. A mí no me importa, le dije ¿y a ti?. Fernanda es una miedosa. No le gusta la gente que no sale del closet. En
general la gente tiene miedo. Vivo rodeado de gente temerosa. Mi profesora de recursos
me dijo que no me dejo entender. Tienes una buena palabra, pero no te dejas
entender. Ella fue la que, como todos los demás; no quiso entender que mi
enfermedad me hace distinto. Me hicieron leer “Gerente Por Primera Vez”, de
Topchik; y me pidieron una reseña del libro. Yo escribí lo que sentía. Me
siento un miserable porque sé que nadie ha sentido algo tan especial por mí. De
la vida no sé nada; solamente ando en casa; encerrado en mi cuarto; fumando, escuchando
metal, jugando videojuegos, hasta que me duelen los dedos de las manos,
pensando como mi mundo y el de mis padres se cae a pedazos. ¿A quién demonios
le importo? Mi mama me hace reír con su ropa, maquillaje, tintes, lentes de
contacto; pero sobre todo en la forma como trata a su empleada; siempre
manteniendo distancia. No quiero ser como papa porque habla tan mal que me da
vergüenza. No entiendo como llego a ser gerente; pues cuando mamá le hace
preguntas incomodas tartamudea. Dan ganas de darle un par de puñetes. La
empleada de mamá; se llama Myriam, tienes sus diecinueve años, o un poco mayor.
Quiere estudiar en una universidad pública; la más vieja de lima; que falta de
cultura; es decir la Decana de América. Se ha inscrito en un centro
preuniversitario. En varias oportunidades; me he dado cuenta que me mira muy
extraño. Es rara. Yo soy el extraño, de repente ya sabe lo de mi enfermedad, o
siente un poco de excrementicidad, por como acabaran mis días. A veces creo que
me enamoré de Myriam o Fernanda. No es fácil enamorarse; me gusta un poco de
cada una. Para mí es toda una tragedia; sé que les jodería a mis
padres, saber que estoy enamorado, no me quiero equivocar.
Me gustaría irme a la ciudad luz; a perfeccionar
la fotografía, vivir cerca la Torre Eiffel, colgar mis viejas zapatillas en el
arco del triunfo; caminar en los Campos Elíseos, perderme en el Louvre,
contemplar a la Mona Lisa o la Venus de Milo; lejos de los espejos, las
fiestas, del maldito tráfico, de mis padres. Todo da lo mismo porque; aunque no
me lo han confirmado; presiento que la Estavudina; empieza a colapsar mis
nervios. No olvides que tienes que abrigarte; sabes muy bien que una simple
gripe puede llegar a ser una tuberculosis; ahora vámonos; dice la que
ineludiblemente no es su madre. Al diablo con las dosis retrovirales. Quiero
hacer cosas imposibles; antes de volver a la habitación fría de este maldito
hospital. Pero eso nunca pasara. Estando echado en mi cama volverán a caer
lágrimas de rabia y esas cuatro letras que me hacen sentir tan triste y moribundo. SIDA.
Shary.
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